El detective estaba perplejo. Había visto muchos casos a lo largo de su dilatada carrera, pero nada se asemejaba al presente. Lo que más le chocaba es que no había cuerpo, es más, lo relevante era la ausencia del mismo. A eso había que añadirle la certeza de la identidad del asesino. Eso estaba meridianamente claro. La víctima: las Oposiciones de Secretarios 2010. El asesino: el Ministerio de Justicia.
Volvió zambullirse, incómodo, en el sillón de su despacho. Era un despacho pequeño y modesto: escritorio, flexo, y una estantería con una serie de curiosos libros de tapas rojas. Mientras los miraba por enésima vez, pensó en la historia que tenía entre manos. Empezar por el principio siempre ayuda a la hora de resolver un misterio y por eso recordó los datos de las anteriores convocatorias: la de 2006, tras un parón de casi tres años y con hondas (y estúpidas) modificaciones de temario; la de 2008, dos años después, con el oral cortado por el verano. Desde luego el pasado de la víctima era turbio, casi tanto como el café que le ayudaba a mantenerse despierto por las mañanas, pero aún así había algo que no cuadraba. En los anteriores crímenes o bien existía un cierto patrón, o las cosas habían ido rematadamente mal desde el principio. En el actual, todo parecía ir bien, al menos en el inicio.
Su cínica mente, curtida de orales, le recordó el viejo refrán "si algo está bien, sólo puede ir a peor". Pero nadie se imaginaba, allá por el mes de noviembre, cuando empezaron los rumores, de lo que se avecinaba. Dichos rumores hablaban de convocatoria en enero, promoción interna antes del verano, test libre en junio y los orales a partir de septiembre. Se hablaba incluso de cinco tribunales, lo que hubiera permitido acabar prácticamente la convocatoria en un año.
La convocatoria en un año. El detective suspiró y se dispuso a servirse un whisky. Mientras su mano, con la piel excepcionalmente blanca, se acercaba a la botella, fantaseó de nuevo con esa antigua idea. Convocatoria anual, al igual que en jueces. Estaba convencido de que era el sistema ideal para cubrir plazas, dijeran lo que dijeran los burócratas de Washington. Un opositor va más tranquilo al examen sabiendo que tiene otra oportunidad el año siguiente y estudia mejor con una planificación clara. Con la sonrisa irónica que se le había marcado en la cara tras años de experiencia, alzó su vaso y bridó solitariamente por esa ilusión, "las buenas ideas merecen llevarse a la práctica".
El brindis fué respondido por el eco de las objeciones que se escuchaban tradicionalmente, "no hay tiempo para desarrollar la convocatoria", "se solapa con la siguiente". Tonterías, mil opositores se ventilan en poco más de cuatro meses, si es necesario, bien mediante cuatro tribunales, bien examinando los viernes. Y nadie se ha muerto (al menos no en esta ciudad) por echar la instancia de la nueva convocatoria estando pendiente de examinarse (bien del práctico, bien del oral, si es de los últimos). Es más, estaba convencido de que el Ministerio era capaz de prever el número de plazas necesarias para el siguiente año sólo con fijarse en las estadísticas existentes a los dos tercios del desarrollo del oral. Y sin embargo, no lo hacía. Eso acercaba al sospechoso a la categoría de psicópata, lo que nunca resulta agradable, aunque en ese trabajo, nada lo era. Por supuesto, la cuestión del dinero también era importante, el dinero siempre está detrás de la mayoría de los crímenes, pero la actitud del culpable era o la de un tonto o la de un loco. Pensar en cual de esas posibilidades era la real (si no las dos) le provocaba un escalofrío por la espalda.
El detective se levantó de la silla y paseó un poco por la habitación. Le gustaba desentumecerse un poco, las largas horas sentado le habían destrozado la espalda. Gajes del oficio. Con un movimiento de cabeza desechó el dolor (el alcohol ayudaba a mitigarlo) y se concentró en el caso. En los cómplices. En los Sindicatos.
Sindicatos. Sólo la palabra le dejaba en el paladar un regusto metálico, como si le metiesen el cañón de una 38 por la garganta. Realmente a veces prefería eso a algunas informaciones y declaraciones. No era un iluso, sin embargo, y entendía que los sindicatos defendieran a la Familia. Familia que normalmente empezaba y terminaba por ellos mismos, todo sea dicho. No obstante, no soportaba que le tomaran el pelo. Si te vas a inventar una mentira, esfuérzate en ello al menos. Sugerir que el test era demasiado pronto (como si estuviese prohibido estudiar antes de la convocatoria oficial), o aducir la reforma procesal para lograr un retraso (cuando la reforma afecta entre poco y nada a los temas de Promoción Interna) era, por usar un lenguaje que escandalizaba a su madre, allá en Arkansas, como si te estuvieran meando y te dijesen que está lloviendo.
Le indignaba también la temeridad de los Sindicatos, la falta de preocupación porque se produjese una guerra de bandas entre el Turno Libre y la Promoción interna, las tradicionales de la ciudad. Hubiera sido cómico de no resultar trágico. En retrospectiva, el detective reconocía que no era imparcial, su corazón (o al menos el lugar de su pecho donde solía estar éste) estaba con el Turno Libre. Lo que no era un obstáculo para reconocer la valía de los de Interna. Bravos muchachos, le hacían recordar los miembros de su unidad durante la guerra. Pero los datos son los datos, fríos como una biblioteca recién abierta. Y los datos decían que el numero de instancias echadas en la última convocatoria era de unos mil para la Interna y de alrededor de dos mil ochocientos para el Turno Libre, y que el número de temas para el oral variaba entre los 60 de TI y los 153 de Libre, y que, por tanto, el parón del verano debería establecerse en favor de estos últimos. Es más, en el utópico sistema de convocatoria anual que imaginaba, se dejaba un lapso de tiempo prudencial y con garantías para la promoción desde la gestión procesal...
De pronto sonó el teléfono. Al descolgarlo, el detective identificó la voz de uno de sus informantes, el rumor que había en la calle era que el test de Interna era en Junio y el de Libre a finales de Septiembre. Tras colgar el auricular soltó un silbido de sorpresa, alargó la mano y cogió un objeto del escritorio. Era un rotulador fluorescente ya gastado. Perteneció a su compañero, que cayó en acto de servicio. Mientras jugueteaba con el rotulador entre los dedos pensó: "este va a ser un caso muy largo".
El brindis fué respondido por el eco de las objeciones que se escuchaban tradicionalmente, "no hay tiempo para desarrollar la convocatoria", "se solapa con la siguiente". Tonterías, mil opositores se ventilan en poco más de cuatro meses, si es necesario, bien mediante cuatro tribunales, bien examinando los viernes. Y nadie se ha muerto (al menos no en esta ciudad) por echar la instancia de la nueva convocatoria estando pendiente de examinarse (bien del práctico, bien del oral, si es de los últimos). Es más, estaba convencido de que el Ministerio era capaz de prever el número de plazas necesarias para el siguiente año sólo con fijarse en las estadísticas existentes a los dos tercios del desarrollo del oral. Y sin embargo, no lo hacía. Eso acercaba al sospechoso a la categoría de psicópata, lo que nunca resulta agradable, aunque en ese trabajo, nada lo era. Por supuesto, la cuestión del dinero también era importante, el dinero siempre está detrás de la mayoría de los crímenes, pero la actitud del culpable era o la de un tonto o la de un loco. Pensar en cual de esas posibilidades era la real (si no las dos) le provocaba un escalofrío por la espalda.
El detective se levantó de la silla y paseó un poco por la habitación. Le gustaba desentumecerse un poco, las largas horas sentado le habían destrozado la espalda. Gajes del oficio. Con un movimiento de cabeza desechó el dolor (el alcohol ayudaba a mitigarlo) y se concentró en el caso. En los cómplices. En los Sindicatos.
Sindicatos. Sólo la palabra le dejaba en el paladar un regusto metálico, como si le metiesen el cañón de una 38 por la garganta. Realmente a veces prefería eso a algunas informaciones y declaraciones. No era un iluso, sin embargo, y entendía que los sindicatos defendieran a la Familia. Familia que normalmente empezaba y terminaba por ellos mismos, todo sea dicho. No obstante, no soportaba que le tomaran el pelo. Si te vas a inventar una mentira, esfuérzate en ello al menos. Sugerir que el test era demasiado pronto (como si estuviese prohibido estudiar antes de la convocatoria oficial), o aducir la reforma procesal para lograr un retraso (cuando la reforma afecta entre poco y nada a los temas de Promoción Interna) era, por usar un lenguaje que escandalizaba a su madre, allá en Arkansas, como si te estuvieran meando y te dijesen que está lloviendo.
Le indignaba también la temeridad de los Sindicatos, la falta de preocupación porque se produjese una guerra de bandas entre el Turno Libre y la Promoción interna, las tradicionales de la ciudad. Hubiera sido cómico de no resultar trágico. En retrospectiva, el detective reconocía que no era imparcial, su corazón (o al menos el lugar de su pecho donde solía estar éste) estaba con el Turno Libre. Lo que no era un obstáculo para reconocer la valía de los de Interna. Bravos muchachos, le hacían recordar los miembros de su unidad durante la guerra. Pero los datos son los datos, fríos como una biblioteca recién abierta. Y los datos decían que el numero de instancias echadas en la última convocatoria era de unos mil para la Interna y de alrededor de dos mil ochocientos para el Turno Libre, y que el número de temas para el oral variaba entre los 60 de TI y los 153 de Libre, y que, por tanto, el parón del verano debería establecerse en favor de estos últimos. Es más, en el utópico sistema de convocatoria anual que imaginaba, se dejaba un lapso de tiempo prudencial y con garantías para la promoción desde la gestión procesal...
De pronto sonó el teléfono. Al descolgarlo, el detective identificó la voz de uno de sus informantes, el rumor que había en la calle era que el test de Interna era en Junio y el de Libre a finales de Septiembre. Tras colgar el auricular soltó un silbido de sorpresa, alargó la mano y cogió un objeto del escritorio. Era un rotulador fluorescente ya gastado. Perteneció a su compañero, que cayó en acto de servicio. Mientras jugueteaba con el rotulador entre los dedos pensó: "este va a ser un caso muy largo".