Full Metal Melancholy



Como no todo va a ser felicidad y jolgorio en mi vida, os voy a contar una historia depresiva, que creo que ya me tocaba en los casi ocho meses (ocho, cágate lorito) del blog.

Veamos. Mi preparador no está en mi ciudad, sino en la capital de la provincia, que está a unos 25kms... ¡ah, qué coño! si todos sabeis que soy de Chiclana. A buenas horas voy yo a ponerme a proteger mi identidad, si ya tengo asumido que un día salgo en la página de sucesos de El Diario de Cádiz, engordando el macabro (pero fascinante) historial del pueblo en los últimos años...

¿De qué estaba yo hablando? (para variar). Ah, vale, que yo soy de Chiclana, que mi preparador está en Cádiz y que tenía que coger el autobús dos veces por semana (salvo en las ocasiones de la entrada anterior, claro ;)). Lunes y jueves a las 20:30. Una y otra vez. Año tras año (¿habeis notado como con lo del "año tras año" le meto dramatismo?, ¡sillón W para mí, ya!).

Así que llegaba, me montaba en la parte trasera del bus, porque mola más que sentarse delante, justo en los asientos que hay tras la salida posterior y desplegaba mi arsenal de esquemas, listas y hojas de carperis sueltas. Sí, no me mireis con esa cara, repasaba de camino al prepa (por cierto, mi hermana odia esta abreviatura). Yo, al igual que Mike Seaver, trabajo mejor bajo presión.

¿Qué os pasa? ¿Y ese murmullo? Os noto agitados. Ah, ¿que dónde está la historia depresiva?, ¿que hasta ahora no son más que las gilichorreces de costumbre? Un momento, un momento, dejad que me explique (coñe, que peor es Arrayan).

El nudo de la historia se encuentra en que siempre, en la primera parada, se montaba un pasajero. A ver, se montaban varios, pero uno siempre coincidía. De hecho, los únicos ocupantes del vehículo que repetíamos lunes tras lunes, jueves tras jueves (año tras año), en esa hora que ni es tarde ni es noche, éramos él y yo.

Nunca cruzábamos palabra, ni siquiera nos saludábamos (joder, esto se parece cada vez más a una historia erótica, como aparezca un vicario la liamos). El se sentaba en la parte de delante, en mi misma fila de asientos. Nos levantábamos a la vez, puesto que bajábamos en la misma parada, pero ni siquiera entonces cruzábamos palabra (taaan cruito), sino que hacíamos un leve movimiento con la cabeza o emitíamos un ininteligible sonido que ni siquiera llegaba a oir a través de mis auriculares (me remito al penúltimo paréntesis). Nos apeábamos y cada uno a lo suyo.

Y así una y otra vez (ya, ya, año tras año; ahora pegaría una de esas escenas, en plan Notting Hill en las que las estaciones van sucediéndose, marcando el ciclo de la vida aahhhhchibuennññaaa!!). Sólo variábamos la rutina los meses de verano, en que voy los viernes, y cuando se acercaba un examen, que me cuelo en Cádiz los sábados por la mañana (CSPM*). Me gustaba esa sensación que tenía los meses de septiembre (a coro: ¡año tras año!), la duda acerca de si iba a volver a encontrármelo después del verano;si esa rutina, tan cara a los opositores, iba a mantenerse invariable (aggh, que ñoñez).

Ya hace tres meses que no cojo esa línea. No he vuelto a ver al pasajero desconocido. De vez en cuando me acuerdo de él, ¿seguirá yendo a la capital lunes y jueves (ahora en inglés: year after year)?, ¿se acordará de mí? Por el pifostio que montaba sabrá que soy opositor, ¿pensará que he aprobado?, ¿que me he dado por vencido?

Es un símbolo de la vida que ha acabado y de la que se inicia ante mí. El anónimo del autobús no volverá, y me alegro. Pero también lo recuerdo con cariño.





Ahora, como sea un amigo de mis padres y me haya tirado seis años sin saludarlo, me matan. El rencor que tendrá acumulado ese pobre hombre.





Pd: ¿Qué? ¿Que tal ha ido la cosa? ¿Alguna lagrimita?



*CSPM: Con Su Puta Madre